Ánsares comunes (Anser anser) en el cielo de Doñana al atardecer. Fotografía ©Héctor Garrido - www.hectorgarrido.com. |
Es temprano en la calle y Eva nota el frío en su cara. El vaho de las palabras se mezcla con sirenas de colegios y ambulancias. Un hombre que habla por un móvil le pide disculpas porque su maletín ha chocado con su pierna. Ella lo mira, más que con disgusto, con comprensión. Dice para sí: “Llega tarde al trabajo”. Y se siente desubicada sin ese impulso de la prisa diaria.
Mosaico con efecto de malla metálica. ©Selene Garrido Guil |
Gansos sobre las marismas del Guadalquivir. Fotografía ©Héctor Garrido - www.hectorgarrido.com. |
La desubicación de Eva es tan lógica como la de un bebé obligado a abandonar el cálido seno materno, a romper el vínculo físico. Es un desasosiego que no encuentra sitio en la razón, aunque sepa que le quedan muchos otros cordones pendientes, algunos muy sólidos. Tras media vida de ritmo casi frenético, un parón en seco deja a cualquiera fuera de combate. A veces llegó a sentirse imprescindible: un engaño en la mente. Bajó de aquel tren del día a día y todo siguió adelante, pero sin ella. Vio claro que lo importante era no perder el norte porque había trenes a todas horas, para todos los sitios. El mundo se había tornado un edificio frío y destartalado hacia el que ella avanzaba con su bagaje personal, con su tragedia íntima por el nexo roto, con la pregunta silenciosa de “¿A quién le puede importar...?”. Un mundo donde se cruzaba con cientos, miles de habitantes desubicados, sin rumbo, sin tren, sin cordón al que asirse. Con el ala rota.
Ánsar remontando el vuelo. Detalle de fotografía de ©Héctor Garrido. www.hectorgarrido.com. |
También Eva tuvo un ala malherida, pero remontó el vuelo incluso con más destreza y más libertad de movimiento. De no bajar de aquel tren, de no empezar un nuevo camino aquella mañana fría, hubiera seguido viviendo una realidad diferente, quizá más amable, quizá más cálida, pero sin sensibilidad alguna para captar el imperceptible sonido de tantos y tantos aleteos a su alrededor.
© Selene Garrido Guil
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Precioso relato con subliminal mensaje que debería estimular a todos aquellos que se sientan, nos sintamos, reconocidos, pero además, a mi me descubre las cualidades innatas de Selen por la narrativa que, posíoblemente cual "ganso recuperado" esté encontrando un nuevo camino que la pueda hacer feliz.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu amable comentario.
ResponderEliminarComo bien indica Benito, nos sentimos reconocidos, este relato llega a lo más profundo del ser, más si cabe, cuando uno ha podido experimentar los sentimientos descritos.
ResponderEliminarNo dejas de sorprenderme gratamente. :)
Me alegra mucho tener tan gratas visitas por este pequeño planeta.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu escrito. No cabe duda que sabes "lanzar el dardo" de manera muy certera, y me pareció muy interesante esa comparativa con esa sensación en la niñez cuando sales del colegio a deshora. Mis felicitaciones por un escrito así, y que por el bien de los lectores, solo sea el principio de muchos.
ResponderEliminarGracias Héctor y bienvenido a este rinconcillo planetario. Felicidades también a ti y a Benito de la Morena por vuestra gran labor en el grupo Solidaridad por el Empleo en LinkedIn. Ayudáis a remontar muchos vuelos.
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