marzo 09, 2014

¿Es más difícil una entrevista de trabajo o visitar Nunca Jamás?

Peter Pan, de James M. Barrie
Acostumbrados, sin remedio, a caminar por espacios de entrevistas de trabajo, cursos, cursillos, sermones, charlas, disertaciones o reuniones laborales, un día recibes el encargo más difícil: Contar un cuento a un grupo de niños.

Entre el frenético sonido de dedos tecleando y conversaciones telefónicas que manejan fechas límite y gestionan proyectos, la mente empieza a soltar amarras y nota que le van llegando ecos de Nunca Jamás: Bombardeos de piratas, tribus de indios, risas de sirenas, diminutas luces tintineantes… 

Y de repente, alguien, “al otro lado”, reclama tu atención. Te reprocha estar en una nube y caes en picado. Retomas la rutina, el estrés y la pose madura, mientras te preguntas si aún te quedará algún retazo de esa “nube” para poder conectar con el nuevo público asignado.


La palabra infancia emana frescura, sinceridad. Los niños son mentes abiertas, sin filtros. Si no logras captar su atención, te abandonan en medio de tu discurso, bostezan o preguntan, sin contemplaciones, si falta mucho para acabar.

En contraste, en el mundo de los adultos, cada cual aguanta la vela según sus cánones de convivencia, procurando la condescendencia o simulando el interés.

Marionetas de patito de goma y de delfín ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de oso polar ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de pelícano ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de pulpo ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de ballena ©Selene Garrido Guil
Un conferenciante no suele invadir la intimidad de los asistentes; los mantiene enfrente sin necesidad de invitarles a completar su plática. Lo lleva todo preparado. Ruegos y preguntas al final.

Sin embargo, en la escuela, decenas de deditos se alzan constantemente pidiendo la palabra, queriendo contar las experiencias propias y respondiendo absolutamente a todo, sin miedo a errar.

Los mayores nos hemos vuelto reservados. Se nos fue buena parte de la espontaneidad. No nos gustan las preguntas directas, nos sentimos más cómodos de oyentes en la penumbra del patio de butacas y preferimos contestar cuando tenemos una alta probabilidad de acierto.

Si al subir al estrado un disertador tropieza, los asistentes intentarán socorrerlo y aliviarlo del posible ridículo. Los niños lo solucionan con risas. ¿No se nos han perdido cosas por el camino?

Volviendo al encargo de contar un cuento, ya que el trabajo es lo que suele ocupar más horas del quehacer diario, precisaría entonces de hacerle a los niños un hueco en la agenda y -¿por qué no?- considerar la tarea parte de mis ocupaciones de adulto.

Por eso, para hacerlo lo mejor posible, me preparé a conciencia: dediqué tiempo a elegir el tema más adecuado, el tono y el ritmo de la narración, la selección de palabras que lo hicieran más entendible e incluso ensayé y calculé la duración. No quería cansar a mi auditorio.

Encontré registros de sonidos que podrían darle más ambientación a ciertos pasajes del relato y los añadí al repertorio.

Cuando casi lo tenía todo dispuesto, me permití el lujo de construir unas sencillas marionetas para ilustrarlo con toda la precisión posible.

Rompí con la rutina, rememoré mi infancia y, sinceramente, me divertí.

Marionetas de patito de goma y de foca ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de flamenco ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de tortuga marina ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de gaviota ©Selene Garrido Guil

Marionetas de patito de goma y de una mamá pato con sus patitos ©Selene Garrido Guil

Y llegó el día. Nunca vi un público tan entregado, tan concentrado en mis palabras, tan analítico y tan participativo. No me quedo tanto con el 'si salió bien o mal', pero sí con algo maravilloso que me dejó sin palabras: Cuando empezó a despejarse la sala, una mano diminuta tocó mi espalda y me dijo: '¿Me cuentas otro cuento?'.

© Selene Garrido Guil


Libros utilizados para el cuentacuentos referenciado (3-5 años aproximadamente):

Diez patitos de goma, de Eric Carle
Eric Carle
Diez patitos de goma
Editorial Kókinos

Sonidos del océano, de Maurice Pledger
Maurice Pledger
Sonidos del océano
Ediciones SM

La Tierra desde la Luna. Blog de ©Selene Garrido Guil (Dibujo de un telescopio que mira a la Tierra desde la Luna)
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8 comentarios:

  1. ...ojalá el Peter Pan que llevamos dentro, ese niño que nunca envejece, también tuviera la particularidad de regresar de Nunca Más, de tanto en cuanto, a revolvernos un poco en la silla.
    Ojalá que la expresión "eres como un niño" no fuera un insulto, sino un halago.
    Ojalá un día, un orador, en un foro de adultos serios, al bajar del estrado recibiera unos golpecitos en la espalda y oyera las palabras: "¿nos das otra conferencia?", al igual que se piden bises en los grandes conciertos, al igual que a los actores de teatro se les hace saludar una y otra vez...
    Ojalá regresen los grandes oradores, los hipnotizadores, los contadores de cuento tradicionales, callejeros, titiriteros (alehop!, de pueblo en pueblo),...
    Precioso relato!

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  2. Precioso también todo lo que dices, lleno de verdad y hasta de poesía.
    Muchas gracias por visitar este pequeño rincón planetario.

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  3. Fantástico!!!. Me pillas Selene enjugándome las lágrimas por el bellísimo final. Eso es lo que debería ocurrir con las historias -y en general con lo todo que se enseña- en las escuelas. Quizá esa evaluación debería hacerse con los textos escolares, probando diversas actividades "distintas" y ver como conectan con niños y no tan niños. Yo sigo horrorizado de que mi hijo de 9 años tenga que aprenderse de memoria frases y párrafos...pero lo que siento es que, poco a poco, va perdiendo esa maravillosa capacidad de decirte: ¿me cuentas otro cuento?... porqué no nos dicen ¿me enseñas algo más?

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  4. Estoy de acuerdo. Yo creo que no es tanto la cantidad de conocimientos a transmitir a los niños -tanto en las escuelas como en los hogares- sino el cómo lograr que los afiancen en base al mundo que poco a poco se van construyendo. Ellos tienen un ritmo más lento de procesar. Necesitan experimentar, jugar, deducir, relacionar y repetir. Los mayores, con nuestras prisas y nuestra angustia en que no se queden atrás en esa carrera hacia la madurez, nos empeñamos en darles toda la información ya procesada (consejos, opiniones, advertencias...), olvidándonos muchas veces de que ellos también tienen cosas que contarnos y enseñarnos. Me alegro mucho que te haya gustado.

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  5. Adriana Hernandezmarzo 16, 2014

    Selene, muchas gracias por este maravilloso escrito. Ojalá las escuelas tuvieran muchas horas cada semana dedicadas a que los niños escuchen cuentos como el que les contaste. Fantasías que están diseñadas precisamente para su edad, para entrar de lleno en un mundo que solo existe en la imaginación y en la palabra. Pero, ¿Y si los maestros explicaran historia, o conceptos de biología y por supuesto de matemáticas contando cuentos? Nos encontraríamos sin lugar a dudas con un pequeño público ansioso de saber más. Los niños deberían disfrutar lo que aprenden en la escuela. La palabra “deberes” debería ser cambiada (por lo menos en nuestra casa) por otra que tuviera una connotación de juego. Y ni se diga lo que sería para los maestros el escuchar: “¿Me cuentas otro cuento?”

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  6. Me parece muy interesante la observación que haces sobre la palabra "deberes" y la necesidad de revertir sus connotaciones a base de hacerlos más atractivos. El trabajo escolar en casa sería entonces una puerta, no hacia la obligatoriedad y la angustia que a veces llega a suscitar, sino hacia la curiosidad, hacia las ganas de comprender o saber más de lo aprendido en clase. Gracias, Adriana.

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  7. Gracias Selene y sí salió bien, te lo puedo asegurar a mi hijo le gustó y es exigente, la prueba es que no se levantó hasta el final.

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  8. Me alegra mucho saberlo, Ana. Gracias por compartirlo.

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