agosto 27, 2014

¿Puede un diente de tiburón evocar una ópera rock?

Tiburón ostentando su mandíbula en la superficie del mar ©Selene Garrido Guil
©Selene Garrido Guil


La noticia del hallazgo de un diente fósil de tiburón en un campo de cultivo de Huelva, captó recientemente mi interés con una inexplicable emoción. Me puse a navegar por la Red para profundizar sobre el tema. En este tipo de búsquedas hay que fijar bien el rumbo para no perderse entre tanta información. Si no, es como tirar de un hilo en una caja de costura y sacar una maraña de bobinas enredadas.

En la búsqueda, leí anuncios de compra-venta ilegal de dientes de tiburones para coleccionismo y bisutería. También vi fotos de barcos cargados de sus aletas sangrantes e imágenes de estos bellos animales mutilados, agonizantes, en el fondo del mar. Cuando llegué a vídeos caseros de captura deportiva de tintoreras y musolas, di por concluida mi navegación, arrepintiéndome de haber llegado tan lejos.


Espiga de cereal dibujada en trazos blancos sobre fondo negro ©Selene Garrido Guil
Espiga de cereal
©Selene Garrido Guil
Buscando visiones más amables, cerré los ojos e imaginé el escenario de la noticia: un campo de cereales dorado por el sol y, en medio, el agricultor observando con curiosidad la pieza encontrada, sus bordes aserrados y su extraña forma triangular ocupando toda la mano. Luego vi al paleontólogo identificándola como fósil de un coloso prehistórico y seguramente agradeciendo al labrador su intuición y su buen hacer.

Mano de un tuareg, en mitad del Sáhara, sosteniendo unos fósiles encontrados, o lo que es lo mismo: la conexión entre el pasado poblado y floreciente y el hoy desierto absoluto. En la aparente nada surgen los vestigios de antaño como escapados de la rampa que los dejaba resbalar hacia el olvido. Reflexión y foto cedidas por ©Héctor Garrido Guil
Puntas de sílex en una mano tuareg
en el Sáhara ©Héctor Garrido Guil
A veces, la percepción de un estímulo, por muy leve que sea, puede rescatar de la memoria sensaciones en forma de imágenes, olores, sonidos o sabores. Y así fue como me retrotraje a mi infancia en Huelva. Recordé el olor de las espigas secas en verano, el murmullo del viento entre los pinos, la agradable brisa de la marea… Y en medio de esa ensoñación vi mi diminuta mano acariciando una suave punta de sílex.


¿De dónde salió aquella punta de sílex?

Portada del libro Papa Uvas II : Aljaraque, Huelva: Campañas de 1981 a 1983, por Martín de la Cruz, José Clemente. Editorial: Subdirección General de Arqueología y Etnografía, Madrid, 1986
Portada del libro Papa Uvas II
Martín de la Cruz, J.C (1986)
Durante los veranos de los setenta y los ochenta, nuestros campos se llenaban de excavaciones: la tierra se agujereaba geométricamente y se acotaba con cinta blanca atada a estacas. Decenas de estudiantes universitarios llegaban y revolvían la tranquila vida de un pueblo que subsistía del ganado, la huerta y la caza.

Secuencia del film Jesus Christ Superstar, de Universal Pictures (1973) - Baile de obertura
Baile de obertura (J.C. Superstar, Universal Pictures, 1973)
Al describir este contexto, de nuevo los sentidos y los recuerdos se encadenan y me resulta inevitable asociar aquellas visitas estivales con el musical Jesus Christ Superstar, estrenado en cine en 1973.

Algunos exteriores grabados en Israel y Oriente Medio podían equipararse a los del suroeste de la península ibérica, y el desfile de atuendos hippies, bikinis y melenas largas era como el baile de la obertura del film. Huelga decir que por aquellos lares a duras penas habían llegado los aromas de las flores en el pelo y las melodías del 'Summer of Love'.

Secuencia del film Jesus Christ Superstar, de Universal Pictures (1973) - Llegada de actores y de atrezo en autobús
Llegada de actores y de atrezo (J.C. Superstar, Universal Pictures, 1973)

El ciclo de lo ocurrido cada año se abría y se cerraba igual que en la gran pantalla: un coche viejo o un autobús descargaba azadas, palas, carretillas y, en definitiva, todo el atrezo. Un elenco de jóvenes con un tutor (profeta en la película, profesor en la excavación) danzaba de un lado a otro midiendo, dibujando y removiendo la tierra durante días.

Finalmente, tapaban las excavaciones, recogían todo y se marchaban, dejando de nuevo el lugar de la escena con el silencio sólo interrumpido por el canto de las chicharras.



Los arqueólogos toleraban la presencia de la chiquillería de las casas aledañas, por lo que pasábamos horas sentados sobre los montículos de tierra excavada. Bajo los almendros y las higueras, nuestras gradas de sombra estaban aseguradas a diario para ver aquel fascinante espectáculo. Observábamos cada movimiento e intentábamos entender las conversaciones y la terminología científica. Incluso, a veces, se nos permitía participar en tareas como barrer la tierra con brochas.

Infancia dibujada desde la infancia: niños sonrientes y flores en trazos blancos sobre fondo negro ©Selene Garrido Guil
Infancia dibujada desde la infancia
©Selene Garrido Guil 
Tiburones estilo naif dibujados en trazos blancos sobre fondo negro ©Selene Garrido Guil
Tiburones estilo naif
©Selene Garrido Guil
Furtivamente, una noche, los niños más mayores escondieron una vieja espada de forja toledana en una de las excavaciones. Sin duda, la función del día siguiente fue la más memorable para nosotros, no para los estudiantes, que no llegaron a perdonar del todo aquella broma tan pesada. La sorpresa, los gritos y el entusiasmo del hallazgo pasaron, en cuestión de segundos, al más terrible bochorno: al profesor le bastó con una simple ojeada para saber que aquel hierro oxidado carecía del más mínimo interés. Mucho tuvimos que rogar y prometer para que nos permitieran volver a aproximarnos a la zona de trabajo.

Mis hermanos me explicaban que la tierra que pisábamos antes había sido la orilla del mar. Sonaba extraño porque aquel suelo tosco y arcilloso nada tenía que ver con la fina arena de la playa, a varios kilómetros de distancia a través de los pinares. Me hablaban de hombres primitivos que ya comían coquinas, como nosotros, y como prueba, me mostraban la asombrosa cantidad de conchas fósiles que salían de las excavaciones. Por nuestras manos pasaron utensilios hechos con piedras y aquellas inolvidables puntas de sílex.

Portada del libro Papa Uvas I. Aljaraque, Huelva: Campañas de 1976 A 1979, por Martín de la Cruz, José Clemente. Editorial: Ministerio De Cultura, Madrid, 1985
Portada del libro Papa Uvas I
Martín de la Cruz, J.C (1985)

Tuvimos mucha suerte de vivir aquella experiencia por lo que aportó a la impronta de cada uno de nosotros. Evidentemente, con tan corta edad, muchos conceptos nos parecían abstractos e incomprensibles. Ya era difícil entender que nuestra abuela hubiera sido una niña, cuanto más lo que significaban 4.500 años de existencia. Que todos los cacharros de cerámica aparecieran rotos en las excavaciones era, a nuestro parecer, un reto impuesto a los estudiantes para que resolvieran el rompecabezas. También nos preocupaba que el mar pudiera ir y venir mediando tanta distancia. Todo sonaba lejano, misterioso, intrigante, como el nombre que tenían aquellos ancestrales asentamientos: Papa Uvas.

Los humanos que allí habitaron, más o menos en la linde temporal Neolítico-Calcolítico, vivieron de lo mismo que hacía nuestro pueblo en el siglo XX: agricultura, ganadería, caza y marisqueo. Ya tenían animales domésticos: cerdos, ovejas y cabras, y vallaban sus casas, como nosotros. Milenios de vida por medio y poco o nada habíamos cambiado.

Pez martillo dibujado en trazos blancos sobre fondo negro ©Selene Garrido Guil
Peces martillo estilo naif dibujados en trazos blancos sobre fondo negro ©Selene Garrido Guil
Peces martillo
©Selene Garrido Guil
Si un diente de tiburón hizo saltar el resorte de unos recuerdos asociados con mi infancia y mis orígenes, no sería exagerado pensar que la memoria asociativa, esa que encadena pensamientos, pudiera jugar un papel importante en el éxito evolutivo del hombre.

Puede que los pobladores de Papa Uvas llegaran a ver algún arcaico escualo, bien a lo lejos o bien varado en la playa. Eran tiempos en los que las especies se extinguían o salían adelante por razones que aún estaban lejos del alcance humano. Tendrían que pasar muchos miles de años para que el hombre, en esencia el mismo que afilaba el sílex, fuera capaz de alterar el clima y llevar a animales, como el tiburón, al borde de la extinción. Pero esa ya es otra historia, triste historia que ahora no quiero hilar con tan hermosos recuerdos.

© Selene Garrido Guil

La Tierra desde la Luna. Blog de ©Selene Garrido Guil (Dibujo de un telescopio que mira a la Tierra desde la Luna)
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5 comentarios:

  1. Benito A. de la Morenaagosto 29, 2014

    Leer a Selene se convierte en un ansiado placer y uno se lamenta de que no se prodigue más. A medida que ha ido desarrollando esta bonita historia, que hubiera podido ser incluso una recreación de su imaginación, sin que lo hubiéramos notado, iba sintiendo como si una sinfonía me embargase y trasportara a cada uno de los escenarios que Selene me ha brindado, y sin quererlo me situé entre sus hermanos y en esa bonita zona aljaraqueña, en la que los caños y marismas que forman parte del estuario del río Odiel, nos sitúan en los límites del Parque Natural de las Marismas del Odiel y, en concreto, en La Zona Arqueológica de Papa Uvas.
    Y tras las risas de la broma gastada a los jóvenes arqueólogos, aparece nuevamente la creatividad de Selene quien a golpe de batería nos transporta de nuevo a un escenario, que seguramente produjo algún momento de reflexión transcendental en esta joven de su vida adolescente, Jesus Christ Superstar, la ópera rokera compuesta por Andrew Lloyd y Tim Rice que se estrenó en Broadway en 1971 marcando una etapa emblemática para muchos jóvenes y no tan jóvenes, formando parte de esa revolución juvenil que ya había empezado a cambiar el mundo en mayo del 68.
    Todo está unido en la imaginación de Selene, y a mí me cautiva su clarividencia y capacidad de comunicación subliminal solo propia de personas inteligentes, a la que espero descubran pronto los “caza talentos”, pero mientras, sigue desgranando las perlas de la percepción de esos estímulos que rescatan de tu memoria sensaciones en imagen, sonido, olor o sabor con las que confeccionar tan bellas y sensibles historias, como ésta, sobre el diente de un tiburón.

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  2. El mejor estímulo para seguir escribiendo es que el lector, transformado en viajero, llegue a sentirse parte de esa existencia hilada con palabras, sensaciones y emociones.
    ¡Gracias Benito!

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  3. Qué bonitos recuerdos Selene. De un diente de tiburón a tu infancia, y de tu infancia a la mía. Mil besos guapa

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  4. Soy Inma, Selene. Otra vez un beso

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    1. En aquellos hermosos parajes tuvimos una infancia realmente feliz; seguramente por eso tenemos tan buenos recuerdos. Me alegra haber compartido contigo tantos momentos de aquel entonces; más aún recibirte en este rinconcillo planetario.
      Otro beso para ti, Inma.

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